La dominatrix se queda bajo el sol, fumando y leyendo, luego la llama esclava encapuchada y encerrada en castidad. Ella se burla de él con sus botas, frotando el talón sobre su jaula y recordándole su indefensión. Entonces viene el verdadero tormento: ella lo encierra en un barril apretado, atándolo en un pequeño espacio sin aire donde apenas puede moverse. Desde su silla, ella fuma con calma, deja que la ceniza y la saliva caigan por el agujero sobre él, cada gota profundizando su humillación. Finalmente, se inclina y libera una corriente cálida sobre su cuerpo enjaulado, la cámara capta todos los ángulos: la salpicadura, el sonido, la degradación. La luz del sol y el encierro, la ceniza, la saliva y la orina se funden en una muestra cruda de control, negación y dominación.
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