“Me dijo que abriera la boca… y no supe si quería sanarme o romperme.” Susurra: “Sacá la lengua.” Ameri obedece. En esa habitación azul, el aire huele a metal y saliva. Ameri tiembla, muñecas encadenadas, mientras la Doctora Ena la observa. Sin suturas. Sin anestesia. Solo esa voz tranquila: “… más lágrimas.” La cadena brilla. Ena junta saliva y la deja caer sobre la cara de Ameri. “… mantenela fuera.” La lengua se estira — succionada, mordida suave. Ameri obedece, escupe, besa. Cuando su saliva se mezcla, la humillación se espesa. Ena baja, hunde la lengua en axilas húmedas. “Dame más.” El cuerpo responde antes que la voz. ⸻ Sabés que hay algo torcido en lo que te trae acá. ¿El metal? ¿Esa voz? ¿El instante en que alguien deja de resistir? Está bien. Nadie te mira. Imaginá las muñecas atadas, el frío del metal, la lengua bajando — fingiendo que solo leés. Pero cuando “Sacá la lengua” suene adentro, vos también vas a obedecer. (190313_06)
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