Llego al piso y ya me abre la puerta con una sola mano porque con la otra se está tocando por encima de la camiseta. Ni hola ni nada: me agarra del cinturón, me mete dentro y cierra de un portazo. En dos pasos estamos en su habitación. Se tira en la cama boca arriba, se levanta la camiseta hasta el cuello y abre las piernas de par en par. Sin bragas, depiladita, brillando entera. «Llevo toda la tarde así, no aguanto más», me dice con la voz temblando de ganas. Me quito la ropa a tirones y me lanzo encima. Se la meto de una, hasta el fondo, y ella grita fuerte, arquea la espalda y me clava las uñas. Empiezo a darle duro, rápido, sin piedad, mientras ella me pide «más, más fuerte» entre gemidos que retumban en toda la habitación.
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