A veces lo huele… y sonríe. Como si su ombligo también tuviera secretos. Está de pie frente al sofá rojo. Quieta. Serena. Sin provocar. Sin actuar. Te mira. Y habla. Dice que quiere mostrarte algo. Baja la pollera. Levanta la blusa. Desliza con suavidad las pantimedias, dejando que la cámara enfoque— ese pequeño hueco cálido donde se esconde la suciedad y nadie se atreve a mirar. Agarra la herramienta de metal. Abre su ombligo. Como si estuviera destrabando una bóveda. Hay mugre adentro. Te la muestra. Se sienta. Toma un hisopo. Limpia. Gira. Te muestra la punta sucia. La acerca a su nariz… Y vuelve a olerla. Más cerca. Más lento. Sigue limpiando. Sigue oliendo. Y vos seguís ahí. Mirando cómo limpia algo que nadie más se animaría a mostrar. ¿Pensabas que tu fetiche era raro? Ella se huele con hambre. Con placer. Y vos no podés parpadear. Porque sabés que, si estuvieras ahí… estarías de rodillas rogando olerlo también. (201218_01)
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